Egipto, su pueblo y los nuevos mapas de Medio Oriente.

Por Mariela Cuadro1

El pueblo de Túnez se levantó. Por hambre, por falta de empleo, por democracia. Derrocó, así, al Presidente Zine al-Abidine Ben Ali quien llevaba 23 años en el poder. Éste huyó a Arabia Saudita y ahora el pueblo tunecino, protagonista de la así llamada “Revolución de los Jazmines”, continúa de pie, expectante y alerta ante intentos de antiguos compañeros del ex presidente de sacar partido de los logros del pueblo. A partir de las manifestaciones en Túnez, muchos analistas comenzaron a plantear la posibilidad de la expansión de la Revolución a sus vecinos norteafricanos. Y la expansión fue y el pueblo egipcio se levantó (también por hambre, también por desempleo) con el objetivo de derrocar al Presidente Hosni Mubarak.

Mubarak está en el poder egipcio hace exactamente 30 años. Era vice-presidente de Sadat (quien a su vez había remplazado a Nasser y había sido el encargado de establecer la alianza estratégica con Estados Unidos a través de la firma de la paz con Israel) y cuando éste fue asesinado automáticamente asumió el poder. Los años 80 e incluso la década del 90, fueron testigos de una buena relación entre el gobierno de Mubarak y el pueblo egipcio. Pero luego llegó la crisis del modelo neo-liberal con sus consecuencias de aumento del desempleo y de la pobreza, llegó la alianza de Mubarak con el muy vilipendiado George W. Bush y llegó el pueblo tunecino que demostró a los egipcios que los pueblos no tienen que vivir necesariamente de rodillas. La hegemonía supone materialidad y las necesidades materiales de los egipcios no se vieron satisfechas. Por lo tanto, decidieron que era hora de cambiar el gobierno.

Ahora bien, Mubarak no parece tener voluntad de irse. Incluso la Secretaria de Estado de Estados Unidos (luego de una fuerte resistencia por parte de la administración Obama de apoyar el cambio de gobierno, urgiendo reformas para las cuales ya era demasiado tarde) se pronunció a favor de una “transición ordenada”. En cambio, Mubarak primero reprimió (continúa haciéndolo: deteniendo a muchos manifestantes, matando a varios otros) y luego ordenó un cambio de gabinete que endureció aún más su postura, colocando como vice-presidente (y, por tanto, posible futuro sucesor) a su jefe de inteligencia, Omar Suleiman: el encargado de reprimir cualquier oposición al gobierno escudándose tras la muy utilizada amenaza terrorista. Al mismo tiempo prometió reformas: mayores libertades sociales, políticas y civiles, enmiendas a la Constitución para permitir una mayor participación, preservar los subsidios estatales a alimentos de primera necesidad, controlar la inflación y promover el empleo. Como dijimos, estos anuncios llegaron tarde, pues el pueblo egipcio es intransigente con respecto a su principal reivindicación: que Mubarak abandone el poder (la última manifestación en la que participaron más de un millón de personas así lo testifica).

La forma de gobierno y la composición de éste luego de la caída de Mubarak son inciertas. Una multiplicidad de escenarios son posibles: desde el control gubernamental por parte de la jerarquía militar que está buscando construir hegemonía entre el pueblo egipcio (no han reprimido las protestas y fueron bien recibidos por los manifestantes al entrar en escena), hasta el llamado a elecciones democráticas con muchas posibilidades (reforma de la Constitución mediante) de que asuma la Hermandad Musulmana. En el medio de estas alternativas (y quizás emparentada con la primera) podemos pensar en una reconstrucción del gobierno de Mubarak sin Mubarak. También tenemos que tener en cuenta el rol de Ayman Nour quien resultó segundo con el 7% de los votos en las últimas elecciones “multipartidarias” del año 2005 y en el de Mohamed El Baradei que se puso al frente de las protestas y se reunió con el enviado de Washington a Egipto.

El resultado final será producto del encuentro de muchos intereses en juego: los del pueblo egipcio y sus facciones políticas, los de Washington, Tel-Aviv, Riad, Teherán. La preocupación del gigante norteamericano no es menor: Egipto es un pilar de su política exterior en Medio Oriente. Valga simplemente recordar que desde la firma de paz entre el país árabe e Israel (con quien mantiene una “relación especial”), no existieron más guerras árabe-israelíes, circunscribiéndose el conflicto a uno exclusivamente palestino-israelí. Y Estados Unidos es también el que mantiene con una “ayuda” de 1300 millones de dólares anuales a las fuerzas armadas egipcias, siendo Egipto el segundo receptor de ayuda estadounidense en este campo, luego de Israel. Esta ayuda militar fue también producto de los Acuerdos de Camp David de 1979 con sus consecuencias de estabilidad regional a favor de Israel y Estados Unidos. La Hermandad Musulmana, por su parte, si bien no apoya la utilización del terrorismo en su propio país, sí lo hace en los territorios palestinos que considera ocupados por el Estado de Israel (en este sentido, plantea que el uso de estas tácticas forma parte de una resistencia legítima al ocupante). Corolario: un resultado que puede ser complicado para Estados Unidos y para Israel es el acceso al poder de la Hermandad Musulmana. Y no por su carácter islámico, sino por su plataforma política con respecto a Medio Oriente.

Arriesgando como hipótesis bastante posible la caída de Mubarak, es necesario prestar atención a los sucesos en Egipto, pues no es sólo una cuestión interna lo que se juega allí: se juega el equilibrio de poder en la estratégica región de Medio Oriente. En efecto, podemos estar en presencia de un verdadero acontecimiento histórico, es decir, de un cambio fundamental en las relaciones de poder a nivel mundial. Manifestamos nuestra más fraterna solidaridad con el pueblo egipcio y repudiamos el asesinato de manifestantes por parte de las fuerzas de seguridad estatales.


1 Licenciada en Sociología (UBA). Doctoranda en Relaciones Internacionales (UNLP). Becaria Conicet.Coordinadora del Departamento de Medio Oriente del IRI-UNLP. Miembro-investigadora del CERPI-UNLP.

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